1. Como diría Petrarca : de mis perros huyo todavía
En la incomodidad del escritorio, entre libros de pedagogía, maltrechos y nunca revisados, la mujer sentada frente a mí me tose su ruin existencia. Peor que las bacterias que según arrojamos cuando la ch sale por boca y nariz, el virus extendido es la miseria. Y yo la acojo y la comparto, extiendo mi desazón en estornudos aunque no violente a los demás con mi mal humor y mis frustraciones como ella, ya que mi desaliento al continuar sin pago, mi paso invisible y doblemente pisado -si hay alguna redundancia que pueda valerse por si sola o acompañada- cabalga sin brida por la malhabida burocracia y el sindicato que vomito mentalmente. Y hay que sonreir, para que te hagan caso. Nunca fue tan horrible tensar las comisuras.
Cada quien sobrevive a su manera. La angustia debería afiliarse a los demás con otras herramientas, ya sabemos las esquinas donde alguien -nuestro alter siniestro- nos hace moretones cuando callamos. El baile resulta mi primera posibilidad, bueno, siempre está la música, no importa la elección del beat.
2. El planteamiento Sumano
El horno no está para bollos, le dije un día que le llamé por teléfono al no tener dinero para muchas chelas, y al día siguiente me envió un mensaje a mi celular pidiéndole le respondiera por qué bollos y no otra cosa. Mi respuesta no lo satisfizo, como siempre. Ésta fue: el horno no está para bollos por que los niños prefieron que su madre les hiciera galletas, de esas grandes con chispas de chocolate, por que siempre tienen la última palabra. Ahora, las causas de la exclusión de los bollos fue la gana de las chispas de chocolate en materia un poco más sólida para remojarlas con leche y disfrutar el crujido especial, cómo van deshaciéndose en la boca -no juzguemos sus manitas juguetonas si se ensucian-.
En fin, cada quien pone y le quita al horno lo que quiera