martes, 3 de noviembre de 2009

Rinofaringitis viral

Desconozco si fue el temporal  montaña rusa, el clima de la oficina o el fracaso de Jovita por cuidarnos de su padecimiento. Ayer comencé a sentirme sin ánimo de pinchear a las chicas de Apoyo Logístico -cosa rara, muy rara- y mi garganta tenía a un gatito afilando sus garritas, rodée mi garganta con mi usual sierpe morada de Penélope Clau, pensé "ya está". El lic Aragorn me dejó partir temprano de la oficina y sólo quise dormir. Esta mañana las sábanas eran de plomo, mi cabeza un aeróstato a punto de contraer violentas nupcias con las rocas y el felino que reconocía el filo de sus uñas las usó para su pintura rupestre. Rinofaringitis viral, eso dice mi justificante médico. Mi nariz tiene canales obstruidos, la sibilancia asmática atormenta a mi pecho con sus cigarras y no puedo hablar, toco el cuello y me duele tal seña de alguna liga que durante días no me dejó respirar. Si no tengo fiebre podré regresar al parque a caminar-correr en tres o cinco días. Para tal efecto debo reposar, mínimo, dos días.
Si hubiese ido a la oficina  a mediodía con mis ojeras más profusas y mi aspecto de Catrina atolondrada ostentando un cubrebocas, la alarma ¡influenza, este piso es zona de influenza! se hubiese anticipado a los pasos que me faltan para entrar a Secretaría Técnica. La psicosis colectiva del AH1N1 es el segundo polvo que cubre nuestras sillas y escritorios -"según" dos personas fueron pilladas por el virus y la pobre de Jovis anduvo mal de la garganta una semana, tuvo que mostrar su receta médica como gafete para que la rdejaran trabajar porque "¿qué voy a hacer en la casa? no me voy a quedar en cama, voy a limpiar o a tejer", oh, pocas como Jovita-, de hecho los choferes colocaron el letrero de "zona de influenza". Sin embargo mi ausencia podría pie a la maledicencia : "Claro, no viene porque tenemos el evento encima", no suelo ser semejante pedazo de cabrona y si algo tengo es mi tendencia a ser workaholic, en fin, debo descansar un día más y punto.
Casi son las dos de la tarde y les digo que no consigo reposar del todo. Mientras esperaba mi turno para consulta médica, había un par de niños. Uno tendría cuatro años, el otro estaba aprendiendo a caminar. Se observaron con sigilo. Siempre hay uno que muestra mayor curiosidad, éste avanzó, el otro fingió desinterés. Pasó un rato y el indiferente empezó a buscar al que llamaba la atención a base de sentones y congestionada risita, se miraron por instantes, alguien se anticipó con la primera travesura -hay que retener la atención de algún modo-, rieron, molestaron a sus madres con berrinches y golpes, luego volvieron a buscarse. Cuando era niña ir al doctor era acudir a un cuarto repleto de una legión violenta y fascinante: cualquiera podía ser mi amigo fugaz o mi éfimero enemigo, con sólo mirarlo, con sólo excusar y reprobar sus gritos, sus cantos o sus movimientos desmesurados. Resulta ser un bocado de las relaciones humanas, como si el otro estuviera hecho  de una plastilina tibia, suave y manoseada que resulta abyecta pero irremediablemente atractiva.

Por el momento reviviré mis años mozos cuando no tenía tele por cable y veía pelis mexicanas. Veré El santo contra las lobas o La ilusión viaja en tranvía, me asomaré a algún texto o revisaré mis traducciones como se debe, porque si veo más las noticias incrementará la tos.