jueves, 20 de octubre de 2011

Volver volver

Elegir pasillo al viajar es la opción más razonable. Prefiero perderme la vista a tener que atravesar cuatro piernas para poder ir al baño, para caminar, para despejarme por tantas horas de trasero anestesiado. Zoe, una niña de cuatro años de madre mexicana y padre alemán comenzó a mostrarme sus tizas de colores. Más tarde me preguntó si me gustaba ir "allí". Refiriéndose a mi país, por que en verdad a eso se refería, le respondí "claro, si aquí vivo, soy mexicana". No quedó conforme con mi respuesta. "¿Sólo tienes una casa? yo tengo dos casas, ¿dónde está tu otra casa? tú también tienes otra casa". Ante tanta contundencia, preferí no decir nada y dedicarme a buscar alguna peli. Volvió a preguntarme lo mismo. Tan sólo tiene tres años y está segura que, así como ella, el resto tenemos, al menos, dos lugares. Solía tenerlo hace tres años pero en verdad no era del todo mío. Me quedo con un sitio. Sin embargo, me sentí un poco incómoda. Aún pienso en ello. No creo que sea mi falta de sueño y el deseo de poder dormir bien esta noche. Cuatro días sin pegar ojo, las ojeras hasta el piso. Mis padres me han dicho que me ven más delgada y me sentí obligada a comer todo el risotto. Las margaritas de fresa se me subieron un poco, mis mejillas estaban rojas, yo que, desde Oslo, decidí no volver a beber. Desde Oslo decidí no volver a verlo. 

Yo quiero tener otra casa. Sola. Aprender a cuidar plantas y dejar los platos impecables. 




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