Hace poco me enteré que uno de mis profesores del máster falleció. Amante de la literatura, sobre todo de la poesía, de la traducción de poesía, convirtió nuestra asignatura de taller de redacción en taller literario. Teníamos que hacer cuentos a partir de datos que nos daba. En una ocasión nos dijo que intentáramos describir un color sin decir textualmente: "azul: el mar".
Mi amiga ex colega francesa nos comunicó esta noticia, me sorprendió, de verdad. Me hubiera gustado que este profesor, Argentino por cierto, nos comentara sobre nuestros trabajos; tenía ganas de saberlo. Sus clases a veces eran divertidas, otras no tanto.
Agrego tal cual el texto referente al color que hice en su clase, mal hecho, mal trabajado; encontrarán inconsistencias, pero quise dejarlo así, tal como se lo entregué en mayo del 2008.
Mario, seguro no descansas, andas alegre, por ahí, haciendo cosas.
ADVERTENCIA: ES TEXTO LARGO... ¡SE AGUANTAN!
A veces iluminas y siempre te multiplicas. Primero, tu curso rinde homenaje a la vida y en ella te viertes, saltando, huyendo de tu cauce, gritando en tu silencio. Tu pureza es sótano para la virgen, ventanal para el desesperado, alfombra para el caído. A veces iluminas porque nadie puede dejar de mirarte. Las mujeres te utilizan como telón para abrasarse en el delirio o al menos en la mirada del otro. Puedes ser los párpados del ciego o la pupila del ebrio. Participas en el nacimiento, en la palabra que se dice en el vagido, en quien emerge y en quien se ha rendido al exhalar al viviente. Has teñido las cosas del principio y por ello apareces como la amenaza o el ruido en los dibujos. Tienes enemigos. El luto te da la espalda para arrullar a los difuntos, la amargura cierra las puertas de su casa para no dejar pasar tu perfume, las abuelas no te ciñen porque al olvidar lo que un día fue el sabor del rapto en labios de sandía, prefieren la serenidad y la resignación del gris y del negro, para los hospitales eres tabú, la plegaria te oculta porque para ella la vida no es tu río sino la luz que no puede abarcarse, incluso la vida misma corre en reversa por temor a que te escurras y que también ella se escurra en los peñascos. Ella no confía del todo en ti, pero te busca, te busca. Condenas a la rosa, la obligas a la fugacidad de los amantes. Los niños se asombran contigo, te prueban, te aplastan, sumergen sus dedos en todas tus formas porque siempre te multiplicas. Eres la tercera parte de lo que ondea en los mástiles, para algunas naciones eres el signo de la lucha, de la decadencia o incluso de la maldad. A veces iluminas, pero también irrumpes y callas en la tristeza. Porque también apagas. Finalizas la risa por brotar en el surco de algún labio, cuando te buscan los filos y las balas. Te piensan en la antesala del infierno, si es que existe, como atavío de los demonios, si es que viven. Ni siquiera puedes eludirte a ti mismo, vives condenado a tu extravagancia. Ya en la manzana o en la fresa, conoces los labios y extraes la vida con tu zumo. Desconciertas, orillas a la timidez a desnudarse. Estabas en mis tenis de la adolescencia, y fuiste en ellos la aversión de mi madre. Vives en los vestidos del danzón y sueles seducir en tacones. Te pienso hoguera del flamenco, donde cada ruptura aúlla, da fuerza para arrancar las penas del día, donde guardo los recuerdos de las noches en el vapor de voces muriendo y naciendo a contragolpes, porque ahí te veía, porque esas cosas las comprendes, porque tu cuerpo es despertar, galopar hacia otros centros y perderse apagándose en tus llamas. Porque se trata de ti, permanencia que nos balancea en la ebriedad de sabernos por fortuna o por desgracia, mortales por ser la sangre una de tantas que te emulan:
(COLOR ROJO)