Soy corte de una pieza sin concentrar el peso entre las manos.
Las otras que me suceden y pensaba van pegándose a mi cuello al abrir las cervicales.
Ya no me corto en varias.
La que queda reivindica en la corona su punto de equilibrio, concilia los labios apretados manteniendo firmes las piernas.
En la respiración columbro un centro donde no hay portón para la desbandada. El resto no está.
Al cerrar los ojos miro la verdadera función de la materia: revirar el pánico de mi hechura.