jueves, 28 de julio de 2011

Estela

Trece de junio de 1997. Éramos un grupo pequeñísimo, 23 alumnos. Por aquella fecha teníamos que tomarnos la foto de generación. Entraríamos a la preparatoria, muchos nos cambiaríamos de escuela. Tengo una foto que me regaló Daniel de ese día. Todos sonreíamos, no había uno que expresara en su rostro desagrado, malestar. Teníamos quince años, cualquier enemistad podría disolverse con tan sólo un flash. Eva, que en muchas ocasiones fue considerada la más bonita, sale con los ojos cerrados y Cory mira hacia abajo, lo que me resulta más intrigante es si temía pisar a Martha o descubrió que Dios y su infinito residen en el suelo. A Pilar la tapan Abigail y Ruth; apenas se asoman los ojos de Tenoch, el chico más retraído y pulcramente listo del salón, con sus pulcros dieces y su uniforme siempre pulcro. Éricka y Fernando, hasta atrás, parece que estuvieran de puntillas para que se les viera la sonrisa. A pesar de mi corta estatura le tapo la nariz a Froy, parte de mi tríada saltapequeñalangosta y Daniel me abraza mirando hacia la cámara con mayor ternura que nadie. La sonrisa de Mel parece como si su pertenencia en ese espacio le causara satisfacción, apenas se distinguen los preciosos ojos de Mara, así como el mal carácter que a veces tenía. Nela, Dayana y Marilú no tienen ningún problema en mostrar su alegría por su estatura generosa y Laura se olvida por un segundo de su talante conservador.Abena y Paco salen juntos del lado izquierdo como si en aquellos tres años nunca se hubieran agarrado a golpes. Mirando a Paco tan sonriente le perdono lo pesado que podía ser a veces con nosotros. 
Ayer miré con detenimiento la foto. Por añejo, sentí absurdo el presunto mal que pudo haberme hecho Raquel, situada entre Mel y Laura, un pequeño rostro situado en un ínfimo corazón. Nacho, el chico guapo-deportista-sacabuenasnotas que fue mi primer petit ami de secundaria, está sentado justo en medio, debajo de Mel, su novia en ese entonces. José David abre un poco la boca, no abuchea al fotógrafo en cuestión, insisto, todos sonreíamos, disfrutábamos el momento de salir de la secundaria y de no tener más clases. Entre nuestros compromisos estudiantiles, además de los exámenes finales, estaba la foto de generación, por eso algunos están con una camisa blanca y las chicas con un listón rojo, era nuestro moño de niñas de escuelita particular que no rompen platos (a primera vista y en teoría, aclaro).

Estela nos tomó la foto. 

Fue nuestra maestra de español. Cuando fruncía el ceño era temible; al darnos consejos nos quebraba con su dulzura. Su gran amor en la vida fue un chiapaneco llamado Jaime Sabines y cada vez que podía nos leía algunos de sus poemas. Impartía la clase de teatro y las representaciones eran para los festivales de navidad, día de las madres y fin de cursos. Mi hermana estaba en diseño, así que muchas veces se encargó de hacer la escenografía y de elaborar disfraces con hule espuma. Yo supe de Juan Tenorio, Cirano de Bergerac, de Amor sin barreras y hasta la divertida adaptación estudiantil de Juan del Diablo por ella. Antes de entrar a ese Colegio asistí a los festivales por Lis que ahí hizo parte de su secun y la prepa. Las pastorelas también eran divertidas. Muchos estudiantes deben admitir que con ella reafirmaron su seguridad y perdieron la vergüenza.

Ahora los estudiantes ya no se acercan a los maestros, no por los mismos motivos que antes. Al menos en el año 1997 podían ser nuestros motivadores, terapeutas ocasionales, compañeros con un buen sentido del humor. Eran a veces grandes juncos a los que podíamos tirarles piedras, agua, brincar violentamente sobre ellos y malgré tout nos ofrecían una sonrisa, y de vez en cuando lo pagábamos con una gran cantidad de cariño y confianza. En ella encontré a una amiga cuya plática prefería a la de cualquier puberta gritona y sin un ápice de sentido común. Cuántas veces no iba a visitarla. Lo pasaba mejor que con mis compañeros muchas veces. Con ella aprendimos a no decir muletillas con juegos, bailábamos la macarena cuando teníamos un error al leer en voz alta. Junto a esta maestra de español empecé a sacarle punta a las palabras, a aplastarlas como figuras de plastilina, a saber que las preposiciones son zancudos que pueden picar en un mal lugar. Se tomaba el tiempo de hacernos cuestionarios-temario para sus exámenes, nunca fáciles y largos. Gracias a ella, fui uno de los dos estudiantes (mi buen Pac el otro) que entraron a la Facultad de Letras sin ninguna falta de ortografía. Sin Estela mi rareza no hubiera sido la misma. Le debo a Estela la literatura y, sobre todo, la poesía.

Todos mis apuntes chillones y edulcorados se los llevaba. Recuerdo dos libretas. Cuando algo nuevo tenía, se lo llevaba. Luego entré a la Oficial B, nunca sé por qué quise entrar a esa prepa. Nunca encajé, nunca hice amigos, sólo recuerdo niñas pendejas y chicos que pensaban ser los más inteligentes, tampoco encajé con los profesores. Sin embargo, si hubiera permanecido en aquel Colegio tampoco lo hubiera pasado bien. Mis amigos cercanos ya no estaban y poco a poco el grupo, en mi "rara" opinión de lo raro que me etiquetaron a mis quince, era desabrido, con chicos cuyo parámetro era tu auto, los ingresos de tus padres y la marca de ropa, vamos, los inicios de RBD. 

Anoche llamó mi hermana. Mi cuñado recibió la noticia de que Estela había muerto. Había luchado, como muchos, contra el cáncer. Hace tres años la vi en un restaurante, sumamente delgada y hace tres años la relevé como maestra en la misma secundaria que me había dejado sus recuerdos. Querida Estela, no duré por lo que tú sabes. Nunca tuve tu paciencia ni ellos el interés por retribuir en algo. Demasiada inmediatez les voló la cabeza y me volcó mi falta de paciencia y tolerancia. Por un tiempo creí que había fracasado. Simplemente no es mi vocación. Pocos como tú.

Tengo fechada una carta un día antes de la foto que nos tomaste. Algunos queríamos que los profesores nos escribieran un mensaje de despedida. El tuyo era el que más esperaba, por ello llevo guardada esa hoja catorce años. Lo único que compartiré en este post es que rodeaste todo el mensaje con ¡escribe! , hice la cuenta, son veinte. He sido tonta Estela. He perdido más de un año con broncas más rococó que expresionistas, me he preocupado en vano por la actitud del cobarde (pocos huevos) de mi ex novio, por la Administración Pública, por mi empleo que no me satisface y estoy haciendo un periplo para ir directamente por el chico de mi vida (sé que con tu voz me hubieras gritado ¡vete ya!). Tuve que volver a leer tu carta y ver la única foto que tengo de aquella generación 94-97 para darme cuenta que he estado tomándome muy poco en serio. 

Lamento informarte que aún no he publicado mi libro pero siempre hay tiempo. Ya ves, he intentado dejar  la escritura pero en realidad no puedo. Leeré muy pronto lo mío. Recordaré tu actitud enérgica para elevar la voz y mirar de vez en cuando al poco público que tenga. Me siento profundamente triste porque ya no estás.

Pues me voy ya, Estela. No voy a pagar la deuda que tengo contigo en un escritorio con secretarias que deberían reír más leyendo a Enrique Serna sin estar al tanto de las desgracias de sus colegas. 

De mis compañeros de secundaria no sé nada y sé poco. La única certeza es que si nos encontramos no nos saludaremos, qué te puedo decir, así somos los chicos HAF, pero todos sonreíamos en aquella foto de junio de 1997, todos, contigo.