lunes, 16 de noviembre de 2009

La tonada de Irving

Cuando entré a Informática estaba ahí. Comenzaron a cantar. Más tarde Manuel me dijo "yo creo que le agradas. No canta cuando otros entran". Me pidió hace una semana si podía adoptarme como su hermanita "la más bonita". Él hace el piso más humano.

Esta es la canción que me cantó

martes, 3 de noviembre de 2009

Rinofaringitis viral

Desconozco si fue el temporal  montaña rusa, el clima de la oficina o el fracaso de Jovita por cuidarnos de su padecimiento. Ayer comencé a sentirme sin ánimo de pinchear a las chicas de Apoyo Logístico -cosa rara, muy rara- y mi garganta tenía a un gatito afilando sus garritas, rodée mi garganta con mi usual sierpe morada de Penélope Clau, pensé "ya está". El lic Aragorn me dejó partir temprano de la oficina y sólo quise dormir. Esta mañana las sábanas eran de plomo, mi cabeza un aeróstato a punto de contraer violentas nupcias con las rocas y el felino que reconocía el filo de sus uñas las usó para su pintura rupestre. Rinofaringitis viral, eso dice mi justificante médico. Mi nariz tiene canales obstruidos, la sibilancia asmática atormenta a mi pecho con sus cigarras y no puedo hablar, toco el cuello y me duele tal seña de alguna liga que durante días no me dejó respirar. Si no tengo fiebre podré regresar al parque a caminar-correr en tres o cinco días. Para tal efecto debo reposar, mínimo, dos días.
Si hubiese ido a la oficina  a mediodía con mis ojeras más profusas y mi aspecto de Catrina atolondrada ostentando un cubrebocas, la alarma ¡influenza, este piso es zona de influenza! se hubiese anticipado a los pasos que me faltan para entrar a Secretaría Técnica. La psicosis colectiva del AH1N1 es el segundo polvo que cubre nuestras sillas y escritorios -"según" dos personas fueron pilladas por el virus y la pobre de Jovis anduvo mal de la garganta una semana, tuvo que mostrar su receta médica como gafete para que la rdejaran trabajar porque "¿qué voy a hacer en la casa? no me voy a quedar en cama, voy a limpiar o a tejer", oh, pocas como Jovita-, de hecho los choferes colocaron el letrero de "zona de influenza". Sin embargo mi ausencia podría pie a la maledicencia : "Claro, no viene porque tenemos el evento encima", no suelo ser semejante pedazo de cabrona y si algo tengo es mi tendencia a ser workaholic, en fin, debo descansar un día más y punto.
Casi son las dos de la tarde y les digo que no consigo reposar del todo. Mientras esperaba mi turno para consulta médica, había un par de niños. Uno tendría cuatro años, el otro estaba aprendiendo a caminar. Se observaron con sigilo. Siempre hay uno que muestra mayor curiosidad, éste avanzó, el otro fingió desinterés. Pasó un rato y el indiferente empezó a buscar al que llamaba la atención a base de sentones y congestionada risita, se miraron por instantes, alguien se anticipó con la primera travesura -hay que retener la atención de algún modo-, rieron, molestaron a sus madres con berrinches y golpes, luego volvieron a buscarse. Cuando era niña ir al doctor era acudir a un cuarto repleto de una legión violenta y fascinante: cualquiera podía ser mi amigo fugaz o mi éfimero enemigo, con sólo mirarlo, con sólo excusar y reprobar sus gritos, sus cantos o sus movimientos desmesurados. Resulta ser un bocado de las relaciones humanas, como si el otro estuviera hecho  de una plastilina tibia, suave y manoseada que resulta abyecta pero irremediablemente atractiva.

Por el momento reviviré mis años mozos cuando no tenía tele por cable y veía pelis mexicanas. Veré El santo contra las lobas o La ilusión viaja en tranvía, me asomaré a algún texto o revisaré mis traducciones como se debe, porque si veo más las noticias incrementará la tos.