sábado, 7 de agosto de 2010

Harapitos de Veinte de noviembre primera parte

Lo pienso tras el varañero con su deseo de alcanzar el plumaje tras el impacto del cartucho, trazando puntos caniculares, arrebatando del agua a los patos.

(Al leer la muerte de Virgilio tropiezo con el epígrafe de la Divina Comedia, con estos versos que me lo recuerdan tanto:

El guía y yo por el camino oculto
Entramos a volver al claro mundo;
Y, sin tener cuidado de ningún reposo,
subimos, él primero y yo segundo,
hasta llegar a ver las cosas bellas
que lleva el cielo por un hueco redondo;
y luego encontramos, fuera, las estrellas)

y afuera encuentro desnudos los cascos, el impacto del ave moribunda zumbando con los moscos

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A las once de la noche, finalizando la calle de Landero y Coss casi esquina con veinte de noviembre, parece que el hombre que camina cercando el panteón es un nervio que al impulsarse por el eco de su paso, hincha la gana de anunciarse a los vacíos;  porque no hay un vacío único con la boca grande y la garganta lubricada donde resbala la pena y los mezcales, son labios que se juntan y reclinan en los brazos de avenidas atravesadas tal salto al infinito. El hombre prosigue la marcha con rapidez, mira a uno y otro lado, camina a desnivel por el peso de la bolsa, vuelve a mirar hacia atrás, un taxi avanza con sigilo, lo alcanza, le muestra su figura, descubre por la luz el rostro con la mueca errada sin sombra que lo arrope, ya está acorralado, resulta la desnudez más vergonzosa.

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