Pronto tendré all access al tercer piso o tercer umbral, alias "treinta años". Hace un mes que vengo pensando más disparates de lo acostumbrado, por ejemplo, qué importancia tiene que me esfuerce en ser más madura o por qué debo, en unos días más, guardar mis converse para usarlos sólo los domingos. Incluso he pensado en hacer una limpieza del armario para separar aquellas prendas que es conveniente no usar. Muchos me han dicho que aparento menor edad de la que tengo, pero no me sentiría cómoda.
Hace cinco años todo era más sencillo. Podía decir todo lo que se me ocurriera y publicarlo. Ahora debo tener más cuidado por que estoy en una esfera en la que puedo ser víctima de la Inquisición social mexicana. No sólo eso, entiendo que debo tomar en cuenta las consecuencias de lo escrito y aprender a 1) que se me resbale 2) aprender de ellas y detenerme cuando las teclas sean movidas por mis dedos llenos de víscera 3)planear mejor sobre lo que voy a escribir en este aburriblog y 4) aprender, otra vez, a que se me vuelva a resbalar. Por otro lado, si a los 25 el empleo no era bien remunerado no era gran cosa. En este momento, si no formas parte del universo de los asalariados, no sólo eres considerado un nini sino un fracasado y no quieres cualquier empleo: hace cinco años cualquier inclusión profesional era un chapuzón divertido, incluso emocionante. Ahora debes tener "el trabajo", "el cargo". Nos guste o no, sí tiene importancia.
Por otro lado, en las mujeres, la vanidad, antes reprimida o clandestina, va saliendo a la luz. En un cajón o en un espacio del tocador, comienzan los asentamientos de cremas y tratamientos. A veces el espejo se va cansando de nuestra boba expresión que va contando las dichosas líneas de expresión. La chica que diga que esto no es verdad, miente para hacerse la distinta. Chicos, yo les digo que, pese a sus quejas sobre el tiempo que invertimos en estas aparentes nimiedades, se hará cada vez más prolongado. Háganse a la idea. La chica que no use una crema, si esto es verdad, terminará con un rostro de lija a los 32 y créanme, esto no les va a gustar. Entiendo que esto es superficial, pero me ocurre de vez en cuando y no creo que esté mal.
Francamente lo que más me angustia no es la edad que pasa por encima de mí. Me preocupa cuando pasa sobre los que me importan, entiéndase, mi abuela con sus historias de hacienda y las apariciones de mamá Moncha y mamá Lasa o de mis padres que se quedan dormidos a los cinco minutos de haber encendido el televisor. No debería sentir la horca cuando intento contar las canas nuevas en su cabello, es saber que la cuenta de años para tenerlos a mi lado es cada vez menor. Un año más de vida es vida menos.
Dicho de otro modo: eres más consciente de la temporalidad. Aterra.
Sin embargo, lo que no había tomado en cuenta es que en este momento estoy adquiriendo mayor libertad, comprendo el valor de hacer, finalmente, cosas por mi cuenta y que, pese a mi reajuste económico, comienzo a sentirme más feliz. Creo que los treinta tratan sobre la paciencia, la serenidad y el alcance de una mayor plenitud. Los veinte son jolgorio, vértigo, arrebato. Supongo que eso era lo que temía, despedirme de la desmesura cuando rondas los veintialgos.
Al final tanta fiesta cansa. Deseaba, hace unas semanas, celebrar con una gran producción para ingresar a mi nueva cifra, pero el lunes pasado entendí que no era necesario invertir tanto en un rito de iniciación. Creo que veré por separado a pocos, poquísimos amigos, propondré un día de estos ir a la playa y pronto haré un viaje corto en el que me esperan actividades que me gustan mucho, lo pasaré con una gran amiga y me encontraré con otro par de personas que agradezco su aparición.
Si alguien desea darme algún regalo, este sería perfecto. Aprendan los movimientos del hombre que aparece en esta estupenda canción de los Black Keys, pónganse una botarga y bailen para mí.
Tal parece que, otra vez, lo haré yo.
En verdad que esta sí es mi rola de cumpleaños. Sacude el esqueleto. Pronto, pronto, 30.