Agosto es un mes sumamente festivo, se suman los cumpleaños y la embriaguez del verano.
Ito (a new friend) me dijo anoche que mi ciudad le recuerda a Japón por el clima y el canto desmesurado de los grillos. Los japoneses suelen asociar esta estación con las cigarras. Es verdad. El bullicio patina en el cuerpo. La humedad es complaciente con los saltos, la voz corta el hilo de su límite, nuevamente aprendemos a bailar.
Estoy bailando otra vez.
Al girar, el sudor reaparece como luz que distingue con mayor precisión el centro y la poca distancia necesaria para arrebatar, moviendo las caderas, un par de besos al chico más guapo de la pista.
No se trata de mover los pies y elevar los brazos. Una vez reconocidas las cualidades de la cintura para serpentear, los hombros surcan el aire. Entonces las piernas se desperezan y la memoria se pierde gozosamente.
(No existe mayor placer que desconocerte bailando)
Llegar a cualquier bailongo supone una timidez inicial por estar aún consciente de sí y de otros tantos que comienzan a llenar el lugar y comparten la misma sensación. Pocos dan el primer paso. Deben pasar más de cinco canciones, deben ser bebidas al menos dos cervezas. El final es afortunado y conocido: movimientos afilados, pérdida absoluta de la conciencia, creación de nuevos amigos y quizá un guiño que anuncie un romance de electro cumbia.
En uno de los momentos en que mi Sua se fue con sus chicos e Ito tuvo una necesaria desaparición, me encontré con la sorpresa que, a unos cuantos pasos estaba alguien a quien le perdí la pista hace casi diez años y que conocí en la secundaria. Lo vi patinando y lo dejé diseñando cosas estupendas, tanto que ahora es reconocido y me enteré de ello hace casi tres meses pero no me animé a enviarle un correo. Me acerqué, le dije su nombre, me dijo el mío y ahí empezó. Lo vi patinando, lo dejé diseñando, lo volví a ver bebiendo y bailando, me sorprendí de lo bien que baila y nos reencontramos...encogimos los hombros, así pasa. Son momentos en los que el placer y la risa están tan perfectamente bien sincronizados que no resulta necesario hacer una historia. Es lo que la música y la pista ofrecen, hay que vivirlo, sacudir la médula y los labios, sentir que el beso agolpa el beat, partir riendo. Eso hicimos.
No sé ustedes, pero tengo la impresión que, desde que abandoné mi empleo y me alejé de las compañías psicópatas, reencontré el ritmo y el sentido original de este cabaret.
Arriba el tacón, las botas, los tenis, las faldas cortas y las blusas ajustadas. Arriba los reencuentros y los cumpleaños.
Hay que regocijarse con la vida sin importar la mierda que luego nos aviente. Caray, nada más doy unos cuantos taconazos, me pongo sabrosa (buen término de Ito) y ya, milagrosamente me lleno de optimismo.
Como diría Hemingway: todo lo demás es pérdida de tiempo en un ambiente cargado.
Felicidades otra vez mi adorado Michelino, Monki, don Trus y mi ex tutor.