Mi madre siempre ha sido muy tajante conmigo cuando debo convivir con la abuela: "recuerda que tú también llegarás a vieja". Quizá lo que más me ofuscaba es que en viajes como el que hice la semana pasada, sería yo su niñera.
No dormí el par de días que estuvimos en Lagos de Moreno. Ella no dejaba de preguntarme por qué la luz del clima no se apagaba, se paraba a medianoche buscando sus pastillas para dormir, se imaginaba a su par de hijos varones enemistados viviendo en casa otra vez, diciéndomelo como si yo fuese a estar de acuerdo con ella, como si no fuera a decirle: "recuerda como es C., tarde o temprano una de sus cabezas estaría colgada en el limonero de tu casa". Luego rezaba y cesaba su inquietud. Sin embargo, el desvelo me tenía reservada otra sorpresa: el balido de una mujer que parecía estar viviendo el mejor orgasmo de su vida. Creo que sobre eso, mi abuela prefirió no hablar y yo no quise preguntarle, ya saben, el respeto a los mayores. Aún recuerdo que en el comedor del hotel yo intentaba escuchar con atención a las mujeres que ahí desayunaban, creía correr con el tino y la suerte necesarias para poder identificar a aquella desquiciada que tuvo menos de media hora efectiva. Había una. Alta, de cabello negro, usaba una blusa ajustadísima, unos shorts que le amordazaban el culo y unos tacones, mínimo, de 12 centímetros. Quise suponer que era ella, pero tampoco debería subestimar a las señoras que al día siguiente permiten con dulzura que sus hijos se atasquen de hot cakes en la barra del buffet.
Luego, con la intención de conocer a San Hermión, que según la gente del pueblo es milagroso, mi abuela cruzó la calle sin avisar y entró veloz a la iglesia. Le rezó al santo, supongo hizo su petición y le presté cinco pesos para "encender su velita". Damas y caballeros, poco a poco la Iglesia busca modos de recaudar limosnas gracias a la mínima tecnología, colocas la moneda y en automático se enciende "tu velita", la cual se apagará cuando los focos tengan que ser apagados debido a la alta demanda de los feligreses por solicitar se realicen sus deseos. Debo confesar que me agrada el silencio de las iglesias, uno puede estar sentado en la banca sin rezar, sin quejarse y sin pedir que la iluminación llegue a tu vida. Lo comparo a veces con el silencio que hay en las bibliotecas (jamás la de Humanidades de la UV cundida de urracas de pedagogía), donde hay una absoluta disponibilidad para penetrar amorosamente los textos. Mientras disfrutaba de tanto enmudecimiento, mi abuela ya había tomado uno de los crisantemos que formaban parte del adorno floral para San Hermión. Le dije que no lo hiciera. Ella me respondió "pero hija, sí se puede, sí se puede". Guardó la flor en el cierre externo de su bolso. Para ella no era un souvenir, supongo que lo vería como el acuse de recibo de su milagro.
En cuanto a las reacciones de mis padres al respecto. Para mi madre es sólo un chiste que estoy segura aún no entiende y no podría explicármelo con claridad. Para mi padre, una muestra de que su carácter ha sido notablemente domesticado.
Lo que sé es que pasan los años y cada vez es más imprudente, se acerca a la gente y comienza a mostrarles la foto de mi sobrino, te pide las cosas como si fuese un secreto cuando no es necesario, piensa que mis manos son idénticas a las de mi padre, hace un conteo de la cantidad de pan que mi madre ha comido en la mañana y de las cucharadas de guacamole que me serví "porque he comido mucho, por que no debería subir de peso", y de la respuesta de mi primo cuando ella le preguntó que por qué no tenía una novia: "ahora todas las chicas se dejan besar, no es necesario". Si yo le hubiera dicho eso, muchos padres nuestros y aves marías. Si serás puta, habría pensado. Aunque, pensándolo bien y recordando la ocasión que me dijo que aún estoy en edad de enseñar...
Debo admitir que estoy a la expectativa de lo que nos ocurra con ella en navidad.