Esta mañana han cumplido mis padres 37 años de casados. Abrí la puerta de mi dormitorio con un poco de hostilidad, el sueño había vencido a mi despertador. Tampoco ellos se habían levantado. Estaban fuertemente abrazados, riendo mucho. La mirada de mi padre tenía un resplandor que no le había visto en muchos años, y en mi madre vi el rostro de una mujer treinta años menor. Todavía cuando me dirigí al baño escuchaba los acordes a brinco de grillo, el rechinar de los labios contra la mejilla de alguien a quien no quisieras pegarte, si no siempre, unos minutos más.
En ocasiones he hablado con mi hermana sobre la duración de los matrimonios, ahora tan breve. Como hijas, hemos sido espectadoras de momentos no amables entre Lu y Yer, éste último sujeto lleno de arboledas y aves migratorias en su corazón. No todo lo que nos han legado ha sido malo y de ello Lis y yo hacemos bromas. También hemos compartido con amargura el llanto de mamá, incluso su zozobra. Hemos sido parte de esa zozobra y en algún momento nos alienamos con sus pleitos, sus distancias. Sólo conozco a una mujer que reinicia su entrega sin disminuir el cariño, en cada reconciliación. Esa es Lu.
Respecto a Yer, puedo decir que del puñado de chicas que tuvo para elegir entre sus novias-novias en turno, quiso casarse con mi mamá, una chica sumamente apacible que había llegado de León y tenía que conciliar a sus hermanos. Pienso que fue sumamente listo, tan listo que, si en ocasiones pudo olvidar lo maravillosa que es, sabe que si la deja él estaría arruinado, no sólo porque ella conoce el arte de planchar sus guayaberas (no mal entiendan), sino porque ninguna mujer, mucho menos las de ahora, estará dispuesta a reiniciar su entrega y su confianza a manos llenas todas las mañanas. Cuando superé el temor encubierto respecto a mi figura paterna, pude bromearle diciéndole que si las secres de los juzgados se desvivían por atenderlo es porque no saben el genio de la .... que se carga. Ya saben, farol de la calle, oscuridad de la casa.
Mi madre es mi material de investigación en cuanto a la vulnerabilidad y fortaleza de las relaciones afectivas. Paseo entre los enebros en verano o crespadas olas, enamorarse es asunto serio. No es durable la dicha. No hay sufrimiento que se incruste como un panal de avispas pero no es durable la dicha. Yo he visto a Lu tomar a mi padre con tanta fuerza que no es resignación o temor a la soledad. Sé que ella se ha sentido sola muchas veces, con o sin Yer. No es como esas mujeres que aguantan porque piensan que no tienen otra opción o porque no les quedó de otra. Todavía hace un año solía preguntar a mi madre, a mi hermana y a mis amigos cuándo sabían que estaban enamorados, cuándo sabían que querían compartir su vida con alguien. Esa respuesta no me ha resultado satisfactoria. He visto a tantas parejas "convencidas" de estar juntas y que son infieles que soy escéptica con la máxima "sólo lo sabes y ya".
Otra cosa que me dijo Lu fue (y esto parece extraído de alguna peli à l'eau de rose) que encontraría un brillo especial en sus ojos. Es mi madre. Cualquier frase le perdono. Lo más cercano que tengo a esta experiencia es la espera para salir de Palacio y encontrarme con Agustín (llamémosle así por aquello del anonimato y porque así quiso mexicanizar su nombre): mi adorado sleepyhead caminando del parque Juárez hasta mí. Cualquier pesar o conflicto laboral se iba pronto. Cualquier paseo era absolutamente disfrutable, hiciera un frío del infierno, hiciera un calor sofocante, podía estar como lata de sardina en el camión Tlacotalpan-Alvarado junto a él sin sentir ninguna clase de malestar. Lo echo un montón de menos, pero sé que aún no es tiempo de comprar mi boleto de avión. También los grandes afectos deben aguardar un poco.
Ayer por la noche me encontré a la novia de mi ex novio que sólo apenas se le dio la gana hacerla "oficial". Iba con un vestido de fiesta que, siendo objetiva, no quedaba bien con su figura (a las petaconas no les quedan los vestidos con vuelo, se ven más pequeñas, incluso gorditas). Tuve que mirarla para reconocerla y ella me miró. Cuando nos acercamos di una mordida a mi manzana y continué caminando, con mis audífonos, cambiando la canción del ipod. Es curioso cómo me topé de frente con la contraparte de aquello que no quieres revivir, el tumor que te incrustan de inseguridad, la violencia de las palabras y los actos engrapándote un sentimiento de culpa para que el otro pueda sentirse mejor. Sólo me queda desearle suerte, desearles suerte a los dos.
Acabo de regresar de comer con mis padres. A ellos les justa festejar con nosotras y a mí me gustaría que festejaran solos. Sé que Yer llegará como a las ocho y verán la tele, comentarán las noticias.
Felicidades a L y Y, pues.