lunes, 25 de enero de 2010

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Edad, aliento a medias repartido.
Me acerco a la tercera década, algunos amigos temen la embestida del tres, mi padre bromea diciéndome que ya comienzo a oler a viejo. Mis caderas, contrario a mis deseos, las veo más anchas. Veo fotos de personas cercanas a mis afectos usando converse y les envidio un poco porque la mayor parte del tiempo tengo que asediar al suelo en tacones. Sin embargo contemplo el dado chusco, por ejemplo, en cualquier barra puedes negociar con el otro sumando y restando de acuerdo con el interés y la iluminación, no hay que usar tanto maquillaje; a veces el cabello corto auxilia. De cualquier modo no me interesa mucho qué tan vieja o joven luzco -para mi novio esto tampoco es un "problema"-. Es mi cumpleaños.

jueves, 21 de enero de 2010

Balido de una oficinista

Las mujeres tardan mucho en el baño. Lo he comprobado. He cronometrado a mis compañeras y resulta inusual si salen en tres minutos. No hay horas punta para el tocador, incluso cuando la mayoría toma sus tres horas para comer siempre hay una que tarda incluso quince minutos. Ya podrán imaginar el suplicio que resulta estar esperando intentando respirar profundamente.
Hoy por la mañana encontré que llevaron una revista para poder relajarse mientras sale lo que tiene que salir. Ya sea para bien o para mal, la oficina se convierte en la casa del novio: vamos llevando poco a poco el cepillo de dientes, el desodorante, perfume, zapatos, suéteres y comida para lo que se vaya presentando. Acompañas el polvo de los documentos con un bolso que parece una maleta y tus compañeros comienzan a burlarse de ti diciéndote que te comprarán una maleta "como esas que usan las azafatas"; llevas tu taza arruinándola con una marca irrespetuosa de marcador negro indeleble para que no la usen y haces fila para el café, haces una suma-resta de las horas casa-oficina-casa y el resultado es pavoroso: más horas en un escritorio, con el trasero arruinado de tanto tiempo frente a la computadora haciendo, algunas-muchas veces, pendejadas.
Cuando es día de guardia, apilas preciosamente documentos que te servirán para que las doce horas que tienes que cumplir en la oficina, llevas películas y tienes que imaginar que el asiento que te jode la espalda es un sillón acogedor donde poder arrellanarse, algunos como yo llevamos libros, a veces para terminar la lectura, otros para pasearlos y que se enfrenten a la abúlica cotidianeidad: incluso en fines de semana te solicitan documentos, oficios, cartas, lo que surja. Cuanto tengo que ir al baño o por agua para mi té observo los rostros de quienes trabajan en mi piso, maltrechos, enjutos, malhumorados con la mirada opaca. Así es la vida, las plazas sindicales, los trabajos de oficina, la administración pública, así es.
Nunca alcanzaré a comprender las horas nalga. Tienes que estar ahí "por si algo se ofrece". A veces no es nada, no hay ese nada. Estás a la espera de visitantes imaginarios que te entregarán documentos imaginarios, llevas un registro de cuántas veces pulsas la tecla de refresh para ver si algo relevante le ha llegado a tu jefe y olvidas el reloj. Los correos electrónicos de tus amigos se vuelven más escasos pero te aburre conectarte al messenger.
Ante ese caso, siempre la disidencia: llevar libros, deslizarse en el pasillo (tienen cámaras, seguro se han reído hasta del día que olvidé ese detalle y me saqué el calzón), escuchar música, imaginar que alguien está perdiendo su tiempo leyendo este post, tener como vista el parque Juárez y saber que puedo caminar un día, ir a los Lagos, comer un helado y mandar a la chingada lo demás.