Cuando era niña acompañar a mi mamá a las mercerías era ir a la búsqueda de tesoros: botones, encajes, cuentas y listones eran objetos que debía atesorar y guardar en una de tantas cajas que luego me regalaban mis madrinas, quienes seguro me daban eso porque no tenían idea de qué obsequiarme en mis cumpleaños. Aunque me asustaba un poco estar entre tanta gente, me resultaba fascinante mirar hacia arriba y ver todos esos lazos que colgaban y que las señoras atravesaban como si estuvieran caminando entre los arbustos. Quería todo lo que ahí estaba aunque no supiera bordar o coser -actividades que, dicho sea de paso, hago fatal en la actualidad-. Ahí compró la base de mi corona cuando fui reina de la primavera en el jardín de niños y creo que alguna que otra cosa cuando fue la primera comunión de mis hermanas y la mía.
Es que no sé por qué lo tengo ahora tan presente. La acompañé esta tarde. Mientras hacíamos fila en la caja vi unos antifaces. Se supone que saldría esta noche a una fiesta en la que debía ir disfrazada, al final no me animé. Puse como pretexto la asistencia de una ex amiga (me enteré al final que iría, así de pertinente es Facebook con sus notificaciones pedorras). Si uno quiere divertirse, va y ya está, se deja de pendejadas porque van muchas personas, porque la música, la risa y los chupes cubren todos los espacios incómodos; sin embargo, en esta ocasión mis ganas no fueron suficientes, o quizá están en otro sitio más cercano al aislamiento. Creo que está llegando esa etapa otra vez, y no es en absoluto mala. He bailado mal pero lo he hecho, me he caído al salir de algunos bares, he bebido lo suficiente como para arrepentirme, reír y añorar al día siguiente y créanme que he escuchado unas playlists para llorar por malas y he envidiado otras por no tener el tiempo de andar "buceando" las novedades o clásicos que debí descubrir antes que muchos. Curiosamente, antes de ir a revivir mis momentos cuando las lentejuelas eran joyas para guardar y no usar en los vestidos, bebí vino con mis padres. Creo que se le debería tener más respeto a la bebida. Incluso perder la cabeza con el alcohol no debería ser en toda ocasión ni con cualquier persona. Olvidé que me gusta la charla, reír, discutir sobre lo que me gusta o me inquieta. No debería beber cuando me siento incómoda en algún sitio o no tengo ganas de hablar, mejor me quedo en casa, tal como decidí hacerlo esta noche. Hace casi dos semanas fui al df (los tres días dos noches que me han hecho el año en todos los aspectos) y regresé a casa con tantas ganas de leer y revisar mis textos que ese hueco mal tomado que le robé a mis amigos xalapeños es tiempo de dejarlo intacto, volver a mirar las cosas a distancia y sobre todo, regresar conmigo.
Y si les quitaba el sueño saber de qué iba a disfrazarme, la temática de la fiesta era de zombies. ¿Saben? Me cagan los zombies, no los entiendo, no comprendo por qué la gente ve tanto esas series y películas, por qué enloquecen con su aspecto desahuciado y su aliento podrido de estar comiendo tanta víscera. Hay tanta violencia en nuestro país, hemos visto tanto cadáver que estos personajes me parecen de lo más insípido que hay en la vida.
Creo que soy vieja escuela, back to basics y como siempre quiero disfrazarme de chica media putona, pensaba en mi corsé y que mi escote lo rodeara un hilito de sangre. En fin, al menos no pidieron disfraces de vampiros y hombres lobo. No, no quise ir, pero no quise dejar pasar este intento de querer divertirme, poquitos lectores:
Mi sobrin también se disfrazó para dos fiestas. Sólo puedo decirles que fue un adorable espantapájaros y un magazo que encanta a cualquiera. En el primer convivio se sintió mal porque le desconcertó ver a tantos niñitos siendo "otros" y yo lo entiendo, si el otro nos aterra tanto como nosotros mismos, imagínense esta idea de muñecas rusas de querer añadirse capas y versiones... en fin, lo bueno es que estuvo mi hermana en todo momento, así que el choque pasó pronto. En el segundo convite, mi adorado estuvo más a su bola porque fue en su cuadra y me informaron que comió pizza que dio gusto.
Quiero que, cuando cumpla 40 años, mis amigos me hagan una fiesta de cantina y cabaret. Que los hombres se vistan de pachucos y las damas de billeteras, rumberas, prostitutas de los años 50, corsés que desparramen las tetas de mis amigas y mucha media de red. Y como siempre que lo que importe sea la dicha de estar vivos, más que el ingenio del disfraz cuya planeación meticulosa terminará hecha jirones por el alcohol, el baile, el sexo o lo que sea.
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